Un problema social que va en aumento cada año.
En Lima Metropolitana y en el Callao existen alrededor de 24 mil pandilleros, según la Secretaría Técnica del Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana (Conasec). La cifra pone en evidencia un incremento preocupante, si se tiene en cuenta que había 12 mil 128 integrantes de estas bandas juveniles en el 2009.
Por esta época, el estudio de Violencia Juvenil de Lima y Callao de la Policía Nacional identificó a 410 pandillas en la ciudad. Siguiendo las estadísticas policiales, en la actualidad habría unos 420 grupos de adolescentes, muchos de ellos provenientes de las barras bravas.
El último estudio de Conasec, presentado en febrero de este año, identificaba a 11 mil pandilleros como menores de edad, más de 9 mil tenían entre 18 y 24 años de edad, y el resto era mayor de 24. El general de la Policía, Raúl Becerra, informó que en lo que va del año se ha intervenido por pandillaje a 20 mil 228 sujetos.
No obstante, se desconoce cuántos han reincidido. En los últimos seis meses, más de cien agrupaciones delincuenciales fueron desarticuladas, y sus miembros han sido incluidos en la Unidad de Jóvenes en Riesgo y Participación Ciudadana, donde se promueven talleres y deportes, señaló el encargado de la Sétima Dirección Territorial de la Policía (Dirtepol-Lima), Javier Sanguinetti.
A diferencia de los años 90, los delincuentes juveniles usan más armas de fuego. Para conseguirlas, solo basta darse una vuelta por el emporio de Las Malvinas y de la ‘Cachina’. La violencia más cruda se vive en el Callao, donde se pueden encontrar a niños de 12 años en posesión de pistolas y revólveres. Cada semana, los menores son intervenidos, aseveró el comandante Miguel Huamán, encargado de la Oficina de Participación Ciudadana de la Policía Callao.
Pero si se piensa en aplicar la mano dura con estas facciones juveniles, la experiencia del padre Jose Ignacio Mantecón, conocido como ‘Chiqui’, puede servir de ejemplo. Él ha logrado erradicar a las pandillas de El Agustino sin disparar un perdigón. Su receta: conocer a fondo las historias de estos muchachos. En otras palabras, saber qué significa la miseria.
En Lima Metropolitana y en el Callao existen alrededor de 24 mil pandilleros, según la Secretaría Técnica del Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana (Conasec). La cifra pone en evidencia un incremento preocupante, si se tiene en cuenta que había 12 mil 128 integrantes de estas bandas juveniles en el 2009.
Por esta época, el estudio de Violencia Juvenil de Lima y Callao de la Policía Nacional identificó a 410 pandillas en la ciudad. Siguiendo las estadísticas policiales, en la actualidad habría unos 420 grupos de adolescentes, muchos de ellos provenientes de las barras bravas.
El último estudio de Conasec, presentado en febrero de este año, identificaba a 11 mil pandilleros como menores de edad, más de 9 mil tenían entre 18 y 24 años de edad, y el resto era mayor de 24. El general de la Policía, Raúl Becerra, informó que en lo que va del año se ha intervenido por pandillaje a 20 mil 228 sujetos.
No obstante, se desconoce cuántos han reincidido. En los últimos seis meses, más de cien agrupaciones delincuenciales fueron desarticuladas, y sus miembros han sido incluidos en la Unidad de Jóvenes en Riesgo y Participación Ciudadana, donde se promueven talleres y deportes, señaló el encargado de la Sétima Dirección Territorial de la Policía (Dirtepol-Lima), Javier Sanguinetti.
A diferencia de los años 90, los delincuentes juveniles usan más armas de fuego. Para conseguirlas, solo basta darse una vuelta por el emporio de Las Malvinas y de la ‘Cachina’. La violencia más cruda se vive en el Callao, donde se pueden encontrar a niños de 12 años en posesión de pistolas y revólveres. Cada semana, los menores son intervenidos, aseveró el comandante Miguel Huamán, encargado de la Oficina de Participación Ciudadana de la Policía Callao.
Pero si se piensa en aplicar la mano dura con estas facciones juveniles, la experiencia del padre Jose Ignacio Mantecón, conocido como ‘Chiqui’, puede servir de ejemplo. Él ha logrado erradicar a las pandillas de El Agustino sin disparar un perdigón. Su receta: conocer a fondo las historias de estos muchachos. En otras palabras, saber qué significa la miseria.
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